El arte, para mí, es más que una simple expresión estética. Es un medio para conectar con lo divino y trascender las limitaciones de la existencia cotidiana. Como escultor y creador de cerámica, cada pieza que realizo es un testimonio de esta búsqueda incesante por lo sublime, por lo que va más allá de la superficie tangible y se adentra en lo metafísico
Desde tiempos inmemoriales, el arte ha sido visto como una vía de acceso a lo divino. Las antiguas civilizaciones creaban obras no solo para deleitar los sentidos, sino para comunicarse con los dioses y lo trascendental.
En mi práctica artística, este principio sigue vigente. La creación de una pieza de cerámica es, en muchos aspectos, un acto de fe. Cada golpe del torno, cada pulido y cada esmalte aplicado es una oración silenciosa, una meditación en movimiento.
La cerámica, en particular, tiene una conexión profunda con la tierra y los elementos naturales. Trabajar con barro es literalmente moldear la tierra, transformarla a través del fuego en algo nuevo y duradero. Este proceso me recuerda constantemente la alquimia de la vida: cómo lo mundano puede convertirse en algo extraordinario a través de la pasión y la dedicación. Es una danza con lo divino, una forma de traer un poco de eternidad al mundo material.
La poesía ha sido otra constante en mi vida, un complemento perfecto a mi labor como escultor. Donde el arte visual puede capturar una forma o una emoción, la poesía tiene el poder de destilar lo intangible, de nombrar lo inefable. Mis versos a menudo reflejan la misma búsqueda que mis piezas de cerámica: un anhelo por lo eterno, una curiosidad insaciable por lo que yace más allá de los límites de lo conocido.En la poesía encuentro una libertad que complementa la disciplina del arte cerámico.
Si bien el barro puede ser moldeado y manipulado, hay un punto en el que toma su propia forma, su propia voluntad. La poesía, por otro lado, permite un juego constante con las palabras, una flexibilidad que invita a explorar diferentes significados y capas de comprensión. Este juego de palabras se convierte en un reflejo de la vida misma, donde nada es fijo y todo está en un estado de devenir constante.
Cada pieza que creo, cada poema que escribo, es un intento de trascender. La trascendencia, para mí, no es solo una elevación espiritual, sino también una profunda conexión con lo humano. Es encontrar lo divino en lo cotidiano, en los detalles más simples y en las experiencias más comunes. Es mirar una vasija de cerámica y ver no solo un objeto utilitario, sino un testimonio de la creatividad humana, una historia de transformación y belleza. La resistencia creativa contra lo industrial y lo estéril es parte integral de mi filosofía. En un mundo que valora la uniformidad y la producción en masa, elegir lo artesanal es un acto de resistencia. Es afirmar que cada ser humano tiene una chispa divina, una capacidad innata para crear y embellecer el mundo.
Cada pieza única que sale de mi taller es una declaración de esta verdad, una invitación a los demás a encontrar su propio camino hacia la trascendencia a través del arte.
Mi relación con el arte y la poesía es una búsqueda constante de lo divino y lo trascendental. Es una danza entre lo tangible y lo intangible, una exploración de lo eterno a través de lo temporal. Cada pieza de cerámica, cada poema, es un testimonio de esta búsqueda, una manifestación de la belleza que se encuentra en lo imperfecto, lo único y lo auténtico. A través de mi trabajo, espero inspirar a otros a ver el mundo no solo como es, sino como podría ser, lleno de posibilidades y maravillas infinitas.
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